Pensamiento CristianoJosé M. Martínez y Pablo Martínez Vila
  Inicio   Libros   Folletos   Tema del mes   Sermones   Conferencias   Otras publicaciones   Semana Santa   ¡Participe!  
Inicio » Tema del mes » Enero 2004 - "Fiel es Dios"... ¿Lo somos nosotros? |
 
Centenario del nacimiento de D. José M. Martínez,
fundador de «Pensamiento Cristiano»
Leer la noticia   |   Visitar web Memorial
 
POR AUTOR >
José M. Martínez
Pablo Martínez Vila
POR TEMA >
Apologética y Evangelización
El Cristiano, la Sociedad y la Ética
Familia y Relaciones Personales
Fin de Año / Año Nuevo
Navidad
Psicología y Pastoral
Semana Santa
Vida Cristiana y Teología
AÑO 2023 >
AÑO 2022 >
AÑO 2020 >
AÑO 2015 >
AÑO 2013 >
AÑO 2012 >
AÑO 2011 >
AÑO 2010 >
AÑO 2009 >
AÑO 2008 >
AÑO 2007 >
AÑO 2006 >
AÑO 2005 >
AÑO 2004 >
Diciembre 2004
Las maravillas de la Navidad
Noviembre 2004
La muerte y el más allá
Octubre 2004
Sobre el pecado, la culpa y el perdón
Septiembre 2004
En la noche oscura de la depresión
Jul/Ago 2004
Levántate, resplandece...
Junio 2004
Los creyentes también lloran
Mayo 2004
Caminante, SÍ hay camino
Abril 2004
El poder de su resurrección
Marzo 2004
No siento a Dios cerca
Febrero 2004
Ser y estar en la iglesia
Enero 2004
«Fiel es Dios»... ¿Lo somos nosotros?
AÑO 2003 >
AÑO 2002 >
AÑO 2001 >
 
Enero 2004
Vida Cristiana y Teología / Fin de Año / Año Nuevo
Imprimir Tema del mes

«Fiel es Dios»... ¿Lo somos nosotros?

Suele entenderse la fidelidad como lealtad en el cumplimiento de los compromisos que alguien ha contraído. En muchos casos incluye un sentimiento de amor o cariño hacia otro ser, en favor del cual se hace cuanto pueda contribuir a su bienestar. En este sentido se habla de la fidelidad de los perros respecto a sus amos, por ejemplo. A nivel humano, se dice que es fiel el empleado que cumple escrupulosamente los deberes que le han sido señalados por su amo. Ejemplo aún más elevado: el de la fidelidad conyugal, es decir, la lealtad amorosa que los cónyuges se prometen el día de su enlace matrimonial. En el plano espiritual, es fiel el creyente que se compromete a confiar en Dios y obedecerle. Pero el ejemplo más sublime de fidelidad se halla en Dios mismo, siempre cumplidor de sus pactos y promesas. Así nos lo atestiguan las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Pocos temas podrían ser más inspiradores para el pueblo cristiano al principio de un nuevo año.

La fidelidad divina en el Antiguo Testamento

Aparece brillantemente en la relación de Dios con su pueblo Israel, ante el cual se enfatiza: «Conoce que Yahvéh, tu Dios, es el Dios verdadero, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos...» (Dt. 7:9; Sal. 36:5; Is. 11:5). Esa fidelidad se une a su inmutabilidad, como se desprende de la palabra más usada en el hebreo del Antiguo Testamento para expresar la idea de fidelidad: emunah, cuya raíz, aman, significa seguridad o firmeza. El concepto se nos ilustra a veces, muy atinadamente, mediante la metáfora de la «roca» (Dt. 32:4; Sal. 18:2; Sal. 42:9; Is. 17:10). De los textos bíblicos se deduce que nada ni nadie puede anular los propósitos y las promesas de Dios, fundamentados en la solemnidad de un pacto inquebrantable. En su día lo aseguró Dios por medio del profeta: «Los montes se moverán y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia ni el pacto de mi paz se romperá». (Is. 54:10). Ni siquiera las infidelidades de su pueblo pueden dejar sin efecto lo que ha prometido. Así se puso de manifiesto en la historia de Israel. Uno de los textos más patéticos que hallamos en el Antiguo Testamento expresa la sublime reacción de Dios frente a la infidelidad de su pueblo, ilustrada por el adulterio de la esposa de Oseas (Os. 11:8-9).

No es de extrañar que la fe del israelita piadoso hiciese de la fidelidad divina el fundamento de su fe y uno de los objetos preferentes de su alabanza (Sal. 36:5; Sal. 40:10; Sal. 89:1; Sal. 89:8; Sal. 92:2; Sal. 100:5; Is. 25:1). Sin duda, la fidelidad de Dios era la mejor garantía de salvación. Todo lo que él había prometido -las múltiples bendiciones inherentes al pacto- tendría plena realización. Y esto no en virtud de méritos u obras de los israelitas, sino por la gracia inmerecida del Todopoderoso (Dt. 7:6-8; Dt. 8:17-18). La apostasía y los muchos pecados de Israel le atrajeron graves juicios, pero no extinguieron la misericordia y la fidelidad del Altísimo. Tras las pruebas correctivas, el pueblo siempre experimentó su ayuda. Así pudo verse en el cautiverio judío en Babilonia y la posterior restauración. Israel había sido infiel; pero Dios había permanecido fiel. Y fiel permanecerá hasta la consumación de los siglos (Is. 40:8). La historia y la escatología bíblicas así nos lo muestran.

La fidelidad de Dios en el Nuevo Testamento

En la segunda parte de la Biblia el término pistós (fiel) está etimológicamente emparentado con pístis (fe o confianza). Y, ciertamente, Dios es digno de confianza porque es fiel, pese a las infidelidades humanas (Ro. 3:3-4). El pueblo israelita sufrió -y sufre aún- el juicio condenatorio de Dios; pero «al final todo Israel será salvo» (Ro. 11:25-29). Esta perspectiva pone de relieve que, por la fidelidad de Dios, todos sus propósitos de salvación se cumplen. Esta verdad tiene facetas preciosas que resplandecen en los escritos de los apóstoles para nuestro consuelo y aliento:

La fidelidad de Dios, garantía de nuestra salvación en Cristo (1 Co. 1:8-9)

La salvación no es un beneficio que el creyente disfruta de modo autónomo, como si tuviera capacidad para alcanzarla y mantenerla por sí mismo. Depende de que el cristiano viva «en comunión con Cristo» (1 Co. 1:9; cf. Ef. 1:3, Ef. 1:7). Tan vital es esa comunión que, según enseñanza del propio Señor Jesucristo, es comparable a la unión del sarmiento con la vid (Jn. 15:1-5). Pese a lo esencial de la comunión con Cristo, ésta se ve amenazada por muy diversas formas de alejamiento, bien por influencias exteriores, bien por tendencias pecaminosas internas. Algunos creyentes temen que no podrán vivir a la altura del propósito divino, pero «fiel es Dios», quien, mediante su Espíritu y la acción de su Palabra, ayuda a sus redimidos a no salirse de la esfera de «comunión con su Hijo».

La fidelidad de Dios, auxilio en la tentación

«Fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podáis resistir, sino que proveerá también, juntamente con la tentación, la vía de escape para que podáis soportar» (1 Co. 10:13). De las palabras de Pablo se deduce que, por la fidelidad de Dios, toda tentación o prueba tiene una salida, un camino de escape y que lo que el cristiano tiene que hacer es seguir las instrucciones dadas por Dios en su Palabra (es lo que los corintios debían hacer frente a los pecados expuestos en 1 Co. 10:1-12). Esto, por supuesto, no significa que el cristiano, con absoluta certeza, saldrá triunfante de toda tentación («el que piensa estar firme, mire que no caiga», 1 Co. 10:12), sino más bien que Dios no le abandonará en la prueba.

Quizás alguien se preguntará: ¿Qué sentido tiene el texto que estamos comentando (1 Co. 10:13) en el caso del creyente que cae cuando es tentado? ¿Cabe dudar del auxilio del Señor? Conviene recordar que la promesa se hace después de una aseveración importante: «No os ha sobrevenido una tentación que no sea humana» (1 Co. 10:13) y que esa «humanidad» de la tentación sugiere la posibilidad de caer. Pero aun después de la caída, Dios puede actuar de modo que se produzca un levantamiento, una restauración. Pedro cayó negando tres veces al Señor; pero después, en el momento oportuno, fue restaurado por el Cristo resucitado. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:9). «Si somos infieles, él permanece fiel; no puede negarse a sí mismo» (2 Ti. 2:13).

La fidelidad de Dios y la santificación de sus hijos

Una de las prioridades en el desarrollo del cristiano debe ser la santificación total («para que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» - 1 Ts. 5:23). Esta meta sería inalcanzable si hubiésemos de llegar a ella por nuestras propias fuerzas. Pero la santificación, al igual que la justificación, es obra de Dios. Por eso el Señor Jesucristo pidió al Padre: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Jn. 17:17). Dios, mediante la acción del Espíritu Santo, nos va transformando más y más a semejanza de su Hijo (2 Co. 3:18) por el poder modelador de su Palabra.

Conocedores de nuestros defectos, debilidades y tendencias pecaminosas, nos parece que esa tarea es imposible. Pero Pablo afirma con acento triunfal: «Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1 Ts. 5:24). Lo hará aunque para lograrlo a veces tenga que usar circunstancias y experiencias correctoras (Heb. 12:5-10). Se ha comprometido a hacerlo en virtud de su fidelidad.

La fidelidad divina, estímulo para nuestra perseverancia

Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos cuando escribió: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió» (Heb. 10:23). Los cristianos procedentes del judaísmo, a los cuales fue dirigida esta exhortación, habían sufrido vituperios y pérdida de bienes por su fe. Sus anteriores correligionarios se burlaban de la simplicidad de sus creencias y de su culto y les presionaban para que abandonasen el Evangelio y volviesen a la religión de sus padres. Pero su nueva fe les abría una perspectiva radiante con las promesas de vida eterna que Dios les había hecho. Estas promesas no procedían de un apóstol, ni de un ángel. Las había formulado Dios mismo por medio de su Hijo encarnado. Y este que prometió es fiel, lo que equivale a decir: su fidelidad asegura vuestra salvación. En tal caso vale la pena «mantener firme la profesión de nuestra esperanza», cueste lo que cueste.

Todo lo expuesto descansa sobre un fundamento glorioso:

Cristo, nuestro «misericordioso y fiel sumo sacerdote» (Heb. 2:17)

él es el autor de nuestra salvación. Como Mediador entre Dios y los hombres, ha llevado a efecto la expiación de nuestros pecados al precio de su sangre (Heb. 8-10), que es la garantía de un nuevo pacto (Mt. 26:28; Heb. 8:6). Nos ha reconciliado con Dios (Col. 1:19-21). él, que fue tentado en todo según nuestra semejanza, aunque sin pecado, «puede compadecerse de nuestras debilidades» (Heb. 4:15), lo que nos anima a acercarnos confiadamente al Trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4:16). Podríamos decir que en él y por él el creyente tiene a su favor todos los recursos de la gracia. Nada más necesitamos para asegurar nuestra herencia eterna de redimidos. Todo porque Cristo también es fiel.

La fidelidad del cristiano

Es lógico que el creyente corresponda a la fidelidad de Dios con su propia fidelidad. Es lo que se espera de cuantos desean agradarle y servirle. En las enseñanzas de Jesús la fidelidad del siervo aparece como deber ineludible con especial relieve (Mt. 24:45; Mt. 25:21; Lc. 12:35-48; Lc. 16:10; Lc. 19:17). Y tanto las Escrituras como la historia de la Iglesia nos ofrecen ejemplos estimulantes de siervos fieles. Nos impresionan figuras tan admirables como Jeremías o Juan el Bautista. El primero sufrió encarcelamiento, burlas y rechazo. El segundo, una muerte ignominiosa. Suerte parecida corrieron Esteban, Jacobo, Pablo y Pedro. Asimismo la historia de la Iglesia nos da a conocer la fidelidad heroica de miles de mártires que prefirieron perderlo todo, la vida incluida, antes que negar a Jesucristo como su único Señor. Todavía en nuestro tiempo multitud de cristianos en diferentes países están sufriendo diversas formas de persecución; pero perseveran fieles en su testimonio cristiano.

Sin duda, grande es el precio del discipulado, aunque no siempre haya de ser sellado con la tortura o la muerte. ¿Qué cristiano puede escapar de la prueba de sus propias debilidades así como del menosprecio, las burlas o la oposición malévola de quienes no comparten su fe? Pero igualmente cierto es que la fidelidad del creyente no perderá su recompensa. Cristo mismo dijo: «Sé fiel hasta la muerte y yo te dará la corona de la vida» (Ap. 2:10). Y en su día dirá a cada uno de quienes le han sido leales: «Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor» (Mt. 25:21).

«Dios es fiel»... ¿Y nosotros?

José M. Martínez
 


Copyright © 2004 - José M. Martínez

Ver otros Temas del Mes de Vida Cristiana y Teología
Ver otros Temas del Mes de Fin de Año / Año Nuevo

 

Imprimir Tema del mes

Para imprimir este Tema del mes, haga clic aquí Imprimir Tema del mes.

También se ofrece la posibilidad de imprimir todos los Temas del mes de un año en un solo documento:
Temas del mes del año: 2001, 2002, 2003, 2004, 2005, 2006, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013.

 

Copyright

Los Temas del mes, como todo el material en la web de Pensamiento Cristiano, tiene el copyright de sus autores. Pero se autoriza la reproducción, íntegra y/o parcial, de los Temas del mes, citando siempre el nombre del autor y la procedencia (https://pensamientocristiano.com).

 
ESPECIAL SEMANA SANTA >
«“Las Siete Palabras” en la cruz: El sermón supremo de Jesús»
Sermón en audio
«Bebiendo la copa del Padre»
Tema del Mes
ESPECIAL CENTENARIO >
Web Memorial de D. José M. Martínez
Libros de D. José M. Martínez
Artículos de D. José M. Martínez
Sermones de D. José M. Martínez
La teología de José M. Martínez sigue viva, cien años después
El hueco vivo del silencio
NUESTRA WEB EN OTROS IDIOMAS >
en inglés:
CHRISTIAN THOUGHT
en holandés:
CHRISTELIJK DENKEN
BOLETÍN DE NOTICIAS >
Suscribirse al boletín de noticias
DONATIVOS >
¡Apoye a Pensamiento Cristiano con un donativo...!
Copyright © 2001-2024 - Pensamiento Cristiano
Aviso Legal - Política de Privacidad - Política de Cookies

Este sitio web utiliza cookies para obtener datos estadísticos. Las cookies de este sitio web nunca almacenerán datos personales. Si continúa navegando por este sitio web, entendemos que acepta el uso de cookies.
Ver nuestra Política de Cookies
Entendido