Pese a las actuales corrientes de agnosticismo e indiferencia religiosa, muchas personas tienen sed de trascendencia. El materialismo no les satisface, y anhelan algo que dé mayor sentido y consistencia a su vida. Algunas se aproximan al pensamiento oriental (budismo, yoga, etc.). Otras retienen creencias más o menos supersticiosas. Todas tienen algo en común: desconocen la riqueza de la espiritualidad cristiana.
Darla a conocer de modo iluminador es el propósito de este libro. En su primera parte se presentan diversas consideraciones de la espiritualidad a la luz de las enseñanzas bíblicas. En la segunda se hace un recorrido histórico mostrando las formas de espiritualidad que más han sobresalido en el mundo occidental, desde el movimiento eremítico de los primeros siglo hasta el carismático de nuestros días.
Si el hombre, hecho para remontarse a las alturas trascendentales del espíritu en alas de sus más nobles facultades, deja que éstas se atrofien, seducido por ídolos terrenales, se degrada a sí mismo. Y si repudia a Dios endiosando su propia personalidad, no sólo no llega a ser un 'superhombre', sino que deja de ser hombre completo y se disminuye convirtiéndose en un «sub-hombre». (pág. 28)
El individuo humano no puede resignarse a su condición de ser finito, caduco, pecador, amenazado. Mientras sea lo que es, ninguna forma de materialismo podrá impedir que anhele una esfera de espiritualidad en la que se sienta más «realizado», más seguro, más en paz. (pág. 32)
Cualquiera que sea la estructura temperamental, toda forma de espiritualidad, para que realmente pueda considerarse cristiana, ha de tener conocimiento, conciencia de pecado, confianza plena en Cristo, consagración, santidad y sensibilidad social. La ausencia de cualquiera de estos elementos habría de conducr a un autoexamen serio, pues podría revelar la profesión de un cristianismo empobrecido o incluso falso. Por otro lado, el descubrimiento de un déficit en alguno de los elementos de la espiritualidad mencionados no ha de conducir al desaliento y la autocondenación, sino a la corrección y a una valoración estimulante de los restantes elementos. (pág. 113)