Ser antes que hacer (III)
Buscando las prioridades de la vida
«Sed imitadores de mí como yo de Cristo» (1 Co. 11:1)
En los dos temas anteriores (febrero y marzo) hemos considerado la meta del camino, a dónde nos dirigimos. Ahora debemos ocuparnos del cómo hacer este «viaje hacia la santidad»: ¿cómo se realiza esta labor de forja del ser que prevalece sobre el hacer?
Antes de responder a esta pregunta, una consideración práctica sobre la «cronología» de acontecimientos en la vida del discípulo. Hay un orden lógico que no debemos alterar. El ser como Cristo -sobre la base de la nueva naturaleza que se inicia con el nuevo nacimiento- nos lleva a ver la vida con los ojos de Cristo -«tenemos la mente de Cristo» (1 Co. 2:16)- y ello, finalmente, nos lleva a vivir, actuar como Cristo. No podemos invertir el orden so pena de caer en el legalismo o en el activismo. La ética -el hacer o vivir- es resultado natural del ser y mirar como Cristo. No es éste el momento adecuado para extendernos, pero ahí tenemos una de las explicaciones fundamentales del nominalismo: querer hacer sin ser. Si la conducta cristiana no es el resultado natural de la nueva vida que Cristo insufla en nosotros, la práctica de la fe se convierte en una carga pesada. La persona que busca hacer sin ser acaba «arrastrándose» en vez de ir «transformándose de gloria en gloria». Este es un peligro, por desgracia frecuente, en aquellos que se han criado en hogares cristianos. Nacer en un hogar cristiano es una gran bendición. Pero la experiencia del nuevo nacimiento es imprescindible para experimentar el frescor y la libertad que Cristo promete y que convierte la fe cristiana en una relación en vez de una religión.
¿Entonces, cómo se produce este cambio progresivo a la imagen de Cristo? Esta pregunta nos introduce en un aspecto muy práctico: los medios para la formación del carácter del Señor en cada creyente. Vamos a distinguir dos grandes instrumentos que son nuestra fuente de aprendizaje:
- Los modelos humanos
- El modelo supremo
Los modelos humanos
En el versículo que encabeza este epígrafe (1 Co. 11:1) Pablo nos muestra la importancia de los modelos. El apóstol anima a sus lectores a ser imitadores de Cristo, pero antes les ha dicho de forma inequívoca «sed imitadores de mí». ¿Cómo se explica tamaña osadía? El aprendizaje por imitación o identificación es capital en la vida cristiana. Hay una relación muy estrecha entre el llegar a ser como y el estar con. Para ser hay que aprender de modelos vivos. Nos demos cuenta o no, todos somos modelos para los que están a nuestro alrededor, y de forma especial lo somos con los más jóvenes. El mismo Pablo, en otra comparación, nos recuerda que «somos cartas vivas» en las cuales los demás están constantemente leyendo: «Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres» (2 Co. 3:2).
En otro pasaje el Apóstol nos enseña este mismo principio en una dimensión más comunitaria, como iglesia. «Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor... de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y Acaya» (1 Ts. 1:6-7). Precioso testimonio el que Pablo puede dar de los tesalonicenses, con un resultado final admirable: «...en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada» (1 Ts. 1:8). Queremos resaltar que la palabra «ejemplo» usada por Pablo aquí en griego es tipos, significando «golpe, huella, impacto que deja una persona o cosa sobre otra». Todos nosotros estamos dando «golpes», haciendo impacto, dejando huella sobre los demás. ¡Qué privilegio y qué responsabilidad!
Ahí tenemos otra gran necesidad de la iglesia hoy: el aprendizaje por modelos, el discipulado a través de mentores vivos. Así es como los apóstoles aprendieron del Señor y así es como el testigo de la fe -«el buen depósito»- se ha ido transmitiendo con fidelidad a lo largo de la historia de la Iglesia. Debemos recuperar y fomentar este tipo de formación si queremos que la siguiente generación esté preparada para coger nuestro relevo. En las diferentes áreas de actividad en la iglesia (escuela dominical, campamentos, clase de catecúmenos, grupos de jóvenes, etc.) así como en la familia debemos facilitar y promover esta actitud de ser modelos o mentores. Nunca enfatizaremos suficiente este aspecto del discipulado en estos días de postmodernismo cuando las relaciones personales se han trivializado y apenas hay tiempo para estar juntos, para convivir en la iglesia o incluso en la familia. Los jóvenes en la fe necesitan conversar, escuchar, ver, en una palabra, convivir con creyentes más maduros. Esta es una dimensión insustituible del discipulado.
El modelo supremo
«Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados de gloria en gloria en la misma imagen....» (2 Co. 3:18)
Este versículo nos lleva al clímax de nuestro tema: ningún modelo humano, por excelente que sea, puede sustituir la relación personal con Cristo. Los modelos nos inspiran; Cristo nos cambia. Estar con Cristo es la fuente última de nuestro crecimiento porque él es el único que posee el poder y la gracia que transforman. Esta metamorfosis sobrenatural, un proceso continuo según el texto, es obrado por el Espíritu del Señor. En otro pasaje es el mismo Dios Padre quien aparece como el autor: «el que comenzó la buena obra en nosotros, la irá la perfeccionando -completando- hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6).
Pero el texto de 2 Corintios 3:18 apunta sobre todo a Cristo como la fuente de nuestro cambio: «mirando la gloria del Señor somos transformados...» (Recomendamos al lector interesado en este tema la lectura de Contemplando la gloria de Cristo). Como enfatizamos antes con los modelos humanos, la relación personal constituye la clave. La razón es obvia: si nuestra meta es parecernos cada día más al Señor, entonces hemos de conocerle cada vez mejor y para conocer no hay otro camino más apropiado que estar con. Veamos dos ejemplos.
El rey David, hombre de Estado y por tanto muy ocupado en múltiples quehaceres, veía muy clara la prioridad número uno de su vida. En una memorable declaración que constituye todo un programa de vida, afirma:
«Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura del Señor, Y para inquirir en su templo» (Sal. 27:4)
Estar con el Señor todos los días para «contemplar e inquirir», es decir, para adorar y buscar su voluntad, depender de Dios para todo en una estrecha relación personal constituía la prioridad de la vida del más grande rey de Israel. No es sorprendente, entonces, que se dijera de él que «era un hombre según el corazón de Dios».
El mismo Señor Jesús nos muestra este principio en el conocido pasaje de Marta y María. Marta, mujer muy trabajadora, estaba abrumada por el hacer: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas». ¿Cuál es el remedio más profundo contra el estrés y la ansiedad de un activismo frenético? Jesús apunta de manera clara a la prioridad del ser: «Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte». Solemnes palabras que a mí nunca me han sonado a reproche agrio, sino a paciente lección; imagino el tono de voz de Jesús como el del maestro amante que con dulzura imparte una lección viva: «una sola cosa» ¿Cuál? Estar con, estar a los pies de Jesús en una relación cercana que permite ser moldeados por su gracia.
Para finalizar, ¿cómo podemos cultivar esta relación personal con Cristo? ¿Qué medios tenemos nosotros hoy para estar con él? Como el alfarero trabaja el barro, así se vale el Señor de diversos medios para forjarnos a semejanza de él. Un análisis pormenorizado escaparía al propósito de este escrito. Por ello vamos simplemente a esbozar la respuesta:
El estudio y meditación de la Palabra de Dios
Las Escrituras están llenas de Cristo: «Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lc. 24:27).
Procura imitar a los cristianos de Berea que «con toda solicitud escudriñaban cada día las Escrituras» (Hch. 17:11) y te encontrarás con el Cristo vivo. El estudio de la Palabra te permite no sólo el conocimiento de la verdad sino también encontrarte con el Verdadero, aquel que dijo «Yo soy la verdad».
- Deja que la Palabra te hable de forma personal
- Deja que la Palabra te penetre, que «more en abundancia» en ti.
- Deja que la Palabra te cambie, te moldee.
«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu» (Heb. 4:12).
La oración
Es el instrumento más directo porque nos permite conversar con Dios como nuestro Padre, con naturalidad e intimidad sabiendo que Él es el Abba -«papá»- del que nos habla Pablo (Ro. 8:15).
Si la meditación en la Palabra supone más bien escuchar a Dios -dejar que El te hable-, en la oración tú le hablas a Dios. Pero aun sin darnos cuenta, el Señor usa este medio para moldearnos, para hacernos crecer. La oración no sólo cambia las situaciones o las circunstancias; también nos cambia a nosotros. Todos hemos experimentado alguna vez cómo la ansiedad es sustituida por la paz que «sobrepasa todo entendimiento», el odio o el resentimiento es cambiado en una actitud de perdón e incluso de amor; el miedo es trocado en confianza; la duda en certeza cuando nos presentamos delante de Dios «en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Fil. 4:6).
«Orar es cambiar. La oración es el cauce principal que Dios utiliza para transformarnos» (Richard Foster en Celebration of Discipline).
Las pruebas
Alguien quizás se sorprenda de esta idea. ¿De veras Dios pueda usar la prueba como un medio de transformación para llegar a ser como Cristo? La respuesta en la Palabra es abrumadora. Numerosos pasajes nos hablan del valor transformador, purificador y pedagógico del sufrimiento, los problemas y las tentaciones. Sólo mencionaremos dos a modo de ejemplo:
- «Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Heb. 12:11).
- «En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra...» (1 Pe. 1:7).
El apóstol Pablo había experimentado sin duda este efecto transformador de la prueba. Ello le permite describir con detalle los cambios escalonados sobre el carácter y la experiencia de fe: «Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, aprobación; y la aprobación esperanza; y la esperanza no avergüenza» (Ro. 5:3-5).
Hay muy pocas cosas realmente importantes en la vida. A la hora de fijar estas prioridades, el llegar a ser como Cristo -que Cristo sea «formado en nosotros» (Gá. 4:19) viene en primer lugar. Nuestro deseo y oración es que Jesús pueda decir de cada uno de nosotros lo que dijo de María:
«Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la buena parte y no le será quitada».
Pablo Martínez Vila
Febrero 2010: Ser antes que hacer (I) Marzo 2010: Ser antes que hacer (II)
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