Ser cristiano, ¿de qué me sirve? (II)
El pragmatismo, un dios moderno
En la primera parte de este artículo (Tema del mes anterior) estuvimos considerando los rasgos distintivos de este nuevo ídolo ante el que se arrodillan millones de personas aun sin saberlo. Veamos ahora cómo afecta al creyente y cuál es la respuesta cristiana adecuada.
El pragmatismo en la iglesia
Como toda ideología, el pragmatismo se infiltra en la Iglesia de forma sutil. Es una forma más del contagio del pueblo de Dios que vive en un ambiente -«la forma de ser de este siglo» (Ro. 12:2)- que acaba por moldear la vida y la conducta también de los creyentes.
Queremos destacar dos campos donde los criterios pragmáticos están influyendo en la vida cristiana: la evangelización y la eclesiología. Veamos algunos ejemplos. No es infrecuente medir el éxito o fracaso de una campaña evangelística ante todo por las cifras: el número de decisiones, de contactos, etc. Este énfasis puede llevar a situaciones casi grotescas; así leía en un reportaje que «en las campañas de estos años tuvimos 33,3 conversiones» (cita textual). Las cifras tienen su lugar y no queremos menospreciar su importancia. Pero no es bíblico evaluar el éxito en la evangelización en términos primeramente de resultados contables. La fidelidad al mensaje evangélico, el valor del testimonio colectivo, el impacto espiritual sobre personas anónimas (que no tomaron una decisión o no dieron sus nombres), la bendición sobre los creyentes que participaron en la evangelización son sólo algunos de los parámetros que ninguna estadística puede medir. Forman parte de realidades espirituales mucho más profundas que escapan a las herramientas precisas, pero muy superficiales, del pragmático.
Otro ejemplo lo encontramos en el contenido del mensaje. No se puede presentar el Evangelio primariamente como un manual de auto-ayuda, algo que funciona y va bien. «Prueba a Cristo y verás lo bien que te va». Este énfasis, aunque de buena fe, refleja lo negativo de la influencia pragmática y pone el Evangelio al mismo nivel que cualquier otra filosofía de vida, sea religiosa o no. Con esta presentación estamos poniendo el énfasis en la utilidad del Evangelio y caemos, por tanto, en una evangelización utilitarista. Por supuesto que el mensaje de Cristo contiene poderosos elementos de ayuda y su poder para aliviar nuestras cargas es maravilloso. Jesús mismo dijo: «Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar» (Mt. 11:28). Dios puede cambiar las miserias morales y emocionales de existencias arruinadas en «vida abundante» (Jn. 10:10). Cristo transforma vidas, pero ésta no es la razón única, ni siquiera la primera, para aceptar a Cristo. La razón primera es que Jesús es «el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14:6) y «no hay otro nombre debajo del Cielo en el que podamos ser salvos» (Hch. 4:12). El Evangelio no es la Verdad porque funciona, sino que funciona porque es la Verdad.
La influencia del pragmatismo sobre la eclesiología se percibe también en su énfasis en el crecimiento numérico de una iglesia local. ¡Benditas sean las iglesias grandes! ¡Quisiéramos tener muchas en nuestro país! Grande fue la iglesia de Jerusalén y nos ha quedado como modelo en muchos aspectos. Pero el éxito de una iglesia local no se puede medir, primeramente, por su crecimiento numérico. La meta de una iglesia no es crecer con muchos miembros, sino que todos los miembros crezcan a la imagen de Cristo. Un énfasis prioritario en los números puede desvirtuar la importancia bíblica de la madurez espiritual y la santidad que son aspectos a cultivar no sólo de manera individual, sino también comunitaria. Dicho esto, una iglesia que no crece en absoluto en número debe examinarse porque algo falla en su vida.
Las consecuencias del pragmatismo
Toda filosofía tiene unas consecuencias prácticas. Como hemos visto a través de los ejemplos anteriores, el pragmatismo afecta nuestra vida diaria. Un sistema que fomenta el egoísmo, que obedece a patrones hedonistas y que es profundamente materialista tendrá una influencia nefasta sobre la convivencia. No estamos ante una teoría inocua, sino ante una peligrosa amenaza para el sensible tejido social que son nuestras relaciones diarias.
Los resultados del pragmatismo los podremos valorar mejor en aquellos países donde esta ideología ha calado más hondo y España está entre ellos. Me gustaría mencionar sucintamente algunas de estas consecuencias:
La crisis de la familia
La menciono en primer lugar por su elevada incidencia y sus consecuencias dramáticas para los más inocentes, los niños. Dos datos nos ilustran la gravedad de la situación: casi el 50% de los matrimonios en Estados Unidos termina en divorcio. En España las cifras no son tan altas, pero el aumento es uno de los mayores de la Comunidad Europea. Quizás ésta sea la razón por la que en 1997 varios diputados laboristas en Inglaterra intentaron presentar un proyecto de ley muy singular y revolucionario: querían incluir una fecha de caducidad en el contrato del matrimonio. El plazo de validez era de 10 años, de tal manera que, pasado este tiempo, el contrato expiraba automáticamente y había que renovarlo... ¡como si fuera el carnet de conducir! Parece casi de ciencia ficción. El proyecto no prosperó pero queda como ejemplo del descalabro que una filosofía egoísta y hedonista puede provocar en una de las relaciones personales más básicas, el matrimonio.
La violencia
Un segundo resultado del pragmatismo es la violencia. Los países de Occidente son cada vez más violentos. Ello no es patrimonio de una minoría de delincuentes o marginados; abarca a los sectores más normales de la sociedad. El vandalismo en los institutos de enseñanza secundaria se ha convertido en un problema endémico en la vecina Francia. Tan frecuentes eran las agresiones graves a maestros y entre alumnos que se ha ordenado la presencia policial permanente dentro de los centros escolares. Así algunas escuelas se han convertido poco menos que en fortalezas para evitar la violencia de los adolescentes.
En EE.UU., país pragmático por excelencia, algo más de un millón de personas viven en la cárcel. La población reclusa en este país es la más alta del mundo. ¿Será casualidad?
La lista de consecuencias negativas de un mundo donde prima el pragmatismo podría ser muy larga. Mencionaré unos pocos ejemplos más: el sentimiento de frustración, de vacío, reflejado en los rostros de la gente por la calle y sobre todo en la alta tasa de trastornos de ansiedad y depresión. El suicidio se ha convertido en la causa número uno de muerte en Cataluña entre las personas de 18 a 45 años (estadística de septiembre de 2010). Y qué diremos del drama de la soledad, en especial de las personas mayores, tal como se evidencia de forma descarnada en Francia en el verano de 2003 cuando numerosos ancianos fueron hallados muertos en sus domicilios, totalmente solos, a causa de una fuerte ola de calor. Nadie había reclamado su cadáver. ¡Impresionante! Uno puede morir y pasan meses sin que ningún familiar lo haya notado.
Este concepto utilitarista de la vida -servirse de los demás en vez de servir a los demás- se palpa muy bien en el eco favorable que la eutanasia encuentra en buena parte de la opinión pública. En Holanda, país donde la eutanasia está legalizada, muchos pacientes mayores de 65 años, al ingresar en un hospital, se cuelgan un letrerito en el pecho con una frase muy significativa: «por favor, no me maten». Para el hombre pragmático de hoy los ancianos son un estorbo, sobran y además resultan caros para el sistema sanitario y para la sociedad. Sólo esta mentalidad egoísta y materialista explica que un político -el ex gobernador de Colorado Bernard Lamm- dijera en un acto público hace unos pocos años: «lo que tienen que hacer los viejos es quitarse de en medio».
En la medida en la que el hombre se aleja de Dios, se acerca al infierno y la vida hoy es un infierno para mucha gente en los países más avanzados. Ello nos lleva de forma natural a considerar el último punto del tema.
La alternativa cristiana
Hemos visto cómo el pragmatismo, llevado a sus últimas consecuencias, deshumaniza y arruina vidas. ¿Cómo responder a sus retos? ¿Tiene el Evangelio valores y principios para contrarrestar esta ideología? Y sobre todo, ¿tiene algo que ofrecer para aliviar la sequía emocional y el vacío espiritual de tantas personas sumidas en el desierto de una existencia absurda?
Frente a las prioridades de la persona pragmática («yo primero», «sólo importan el aquí y ahora», «los resultados materiales son el baremo para medir el éxito o el fracaso») la escala de valores que Cristo nos enseña es, en su misma esencia, lo contrario.
Dios y el prójimo son lo primero: «Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Jesús le dijo: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente; este es primero y grande mandamiento y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a tí mismo» (Mateo 22:35-39). En vez de vivir para el yo, el cristiano aspira a vivir para dos grandes «tú»: el que está a su lado, el prójimo, y el que está en los cielos, Dios.
Frente al valor prioritario del aquí y ahora el Evangelio nos abre una gran ventana al futuro y nos invita a «poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:2), «en la herencia inmarcesible que tenemos guardada en los cielos» (1 Pe. 1:4). Ello no significa un escapismo irresponsable de nuestros deberes cívicos y sociales. En todo momento se nos exhorta a cumplir nuestra responsabilidad con el César. La ética social forma parte integral del mensaje del Evangelio. Podríamos decir que el creyente tiene los dos pies en el suelo, pero la mirada en el cielo. Un creyente que sólo tenga la mirada en el cielo puede caer en un misticismo hueco. Pero, igualmente, la persona que tiene los dos pies en la tierra y la mirada también en la tierra, acaba siendo un pragmático, preocupado sólo por el aquí y el ahora. En sus epístolas Pablo nos remarca que la consagración a Dios se expresa de forma natural en el servicio a los hermanos y al prójimo.
El éxito o el fracaso no se miden por un criterio material, sino espiritual. Hay unos resultados no mensurables en cifras que son más importantes que los resultados materiales: el amor a Dios y al prójimo, la obediencia a la voluntad divina, la fidelidad en las relaciones, la mayordomía sabia de nuestra vida son algunos de los baremos con los que Dios va a medir la calidad de nuestra obra. Así nos lo enseña la parábola de los talentos: «Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré» (Mt. 25:21,23). Y, en especial, las luminosas palabras de Jesús en Mateo 25 donde se nos exhorta a una vida de entrega plena al prójimo, pero por amor al Señor mismo. Este móvil último nos libera de la tiranía de los resultados inmediatos y visibles: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros... Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber... De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt. 25:34-40).
A modo de conclusión, en el pasaje que describe al rico insensato (Lc. 12:13-21), nos impresiona el final de aquella vida gastada de forma muy similar a como lo haría el pragmático de hoy: «Necio, esta noche vienen a pedir tu alma» (Lc. 12:20). Podríamos parafrasear el texto y decir: «Has vivido como un egoísta toda tu vida, pensando sólo en ti; ahora quieres vivir como un hedonista, y te dices: regocíjate: bebe, come. Consideras lo mucho que has acumulado, los resultados de todo tu trabajo, y te sientes rico. Pero Dios te dice: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma». ¡Cuánta similitud entre el rico necio y el hombre pragmático de hoy!
En el fondo hay sólo dos maneras de enfocar la vida, dos opciones opuestas y excluyentes: como el rico necio -un pragmático- o como Cristo.
Pablo Martínez Vila
Septiembre 2010: Ser cristiano, ¿de qué me sirve? (I)
Copyright © 2010 - Pablo Martínez Vila
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