Pensamiento CristianoJosé M. Martínez y Pablo Martínez Vila
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Palabras de consuelo y esperanza

¿Cuáles son nuestras necesidades principales al afrontar el Año Nuevo? La respuesta a esta pegunta puede ser muy variada, pero casi seguro que incluye tres palabras: consuelo, esperanza y nuevas fuerzas. Hay mucho cansancio acumulado, mucho dolor, mucha incertidumbre. Tanto en lo personal como en lo comunitario necesitamos refrescar las fuerzas en el camino.

El capítulo 40 de Isaías es un pasaje memorable lleno de consuelo e impregnado de esperanza que habla de y para los cansados, para los desconsolados y para los que necesitan esperanza. En este texto encontramos el mejor equipaje para el año que empieza y, a la vez, un triple motivo para dar gracias. Nos revela de forma esplendorosa qué es lo que nos consuela, por qué tenemos esperanza y concluye con una vigorosa promesa de nuevas fuerzas. En cada uno de estos tres aspectos sobresale una de las personas de la Trinidad:

  • Cristo, la esencia de nuestro consuelo
  • Dios, la garantía de nuestra esperanza
  • El Espíritu Santo, la fuente de nuestras fuerzas

La venida de Cristo, esencia de nuestro consuelo (v. 1-9)

Consolaos, consolaos, pueblo mío (Is. 40:1).

¡Impresionante nota inaugural! Es la puerta de entrada a una de las secciones más gloriosas de la Escritura, los cánticos del Siervo Sufriente(1) y, sobre todo, es el pregón del evento más trascendental de la Historia: la venida de Cristo al mundo. No es extraño que Händel se inspirara justamente en estas palabras para iniciar su célebre composición “El Mesías”.

Observemos cómo a la resonante proclamación inicial -Consolaos, consolaos- le sigue el anuncio profético de la venida de Jesús como Mesías. Con este evento se iba a poner fecha de caducidad al sufrimiento y a la muerte. ¿Puede haber mayor consolación?

Se trata de una venida doble: Cristo vino una primera vez, la Navidad; Cristo vendrá otra vez, la segunda venida en gloria, la Parousía; y mientras tanto Cristo está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20). La presencia de Cristo lo transforma todo. Hay un antes y un después de Cristo no sólo en el calendario de la Historia sino también en el calendario de nuestra vida.

El texto nos muestra cuatro aspectos de este mensaje profético. De hecho, es un auténtico Evangelio en miniatura (no por casualidad, al libro de Isaías se le llama el “quinto Evangelio” y a Isaías “el profeta evangélico”).

Es un mensaje comunitario

Las palabras van dirigidas al pueblo de Dios. La consolación no es sólo una experiencia individual, sino comunitaria. Es importante recordarlo hoy cuando el individualismo exacerbado de nuestra sociedad nos envuelve y nos arrastra. La fe es una experiencia personal, pero no individualista, somos salvos en la intimidad, pero vivimos la fe en comunidad. La vivencia del cristianismo es inseparable de la ecclesia (asamblea o reunión de los creyentes).

El Evangelio es el poder de Dios para mi salvación (Ro. 1:16), me da vida y me cambia la vida (Jn. 10:10), pero también es el poder de Dios para formar un pueblo para sí mismo. No podemos olvidar este doble plano so pena de caer en una fe utilitaria que sólo busca aliviar mis problemas y necesidades personales.

Es un mensaje de perdón

Decidle a voces que su pecado es perdonado (Is. 40:2).

El Evangelio empieza con una experiencia de perdón y reconciliación con Dios. Es el primer paso. Por eso ha de llegar al corazón, a la conciencia. La expresión hablad al corazón (Is. 40:2) es la misma que se usa cuando José habló a sus hermanos también en un contexto de perdón y reconciliación. La realidad del pecado y la necesidad de perdón hacían la venida de Cristo imprescindible, porque hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1 Ti. 2:5).

Es un mensaje trascendente

Lo que hay en juego es no sólo nuestra vida aquí, sino nuestro destino eterno. De ahí la vívida descripción de la transitoriedad de la vida: ...toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre (Is. 40:6-8).

Santiago y Pedro citan este texto en sendos pasajes (Stg. 1:10-11; 1 Pe. 1:24-25) avalando la seriedad del tema. La brevedad de nuestra vida nos aboca a pensar en el más allá, en la vida eterna. Estamos ante un mensaje trascendente y, por tanto, urgente.

Es un mensaje urgente

Su proclamación es imperiosa, prioritaria. Hasta cuatro veces (vs. 2, 3, 6 y 9) se usan expresiones de urgencia: decidle a voces, clama, da voces, levanta fuertemente tu voz. Es muy importante porque son buenas nuevas de salvación. El verbo anunciadora, usado dos veces en el versículo 9, significa evangelizar: evangelizadora de Sión... evangelizadora de Jerusalén. Es un anticipo del mandato de Jesús con la Gran Comisión (Mt. 28:19).

El anuncio profético de la venida de Cristo nos revela la gloria y el poder de Dios. Por ello el texto pasa a describirnos ahora de forma natural la grandeza de nuestro Dios.

El carácter de Dios, la garantía de nuestra esperanza (v. 10-29)

¡Ved aquí al Dios vuestro! (Is. 40:9)

Consuelo es la primera palabra del texto, pero tenemos una segunda necesidad: esperanza. Todo el pasaje está impregnado de esperanza y rezuma esperanza. El consuelo y la esperanza son inseparables, forman pareja. Consolar es dar esperanza y dar esperanza es consolar. En el Nuevo Testamento vemos la estrecha relación entre ambas: Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia (2 Ts. 2:16).

Nuestra consolación es eterna y nuestra esperanza es buena porque se fundamentan en el carácter de Dios. Es una esperanza que no avergüenza, no decepciona, porque no depende de nosotros sino del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones (Ro. 5:5).

Todo ello es posible porque tenemos un gran Dios. ¡Ved aquí al Dios vuestro!. Tres rasgos aparecen constantemente entrelazados en el texto. Dejemos que la fuerza de la Palabra hable por sí sola:

Dios es el Creador

¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? (Is. 40:12).
Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio (Is. 40:26).

Dios es el Soberano

Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana (Is. 40:22-23).
¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance (Is. 40:28).

Dios es Pastor y sustentador

Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas (Is. 40:11).
Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas (Is. 40:29).

Este Dios Todopoderoso, Señor y Pastor es la garantía de nuestro consuelo y de nuestra esperanza.

Nuevas fuerzas, el resultado de nuestra esperanza (v. 28-31)

Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas (Is. 40:31).

Hasta aquí hemos visto la razón de nuestro consuelo, Cristo, y la garantía de nuestra esperanza, el Dios soberano. Pero el pasaje concluye con una idea clave que se corresponde con la tercera necesidad y motivo de gratitud: nuevas fuerzas.

El corazón pastoral de Dios se derrama en todo el texto, pero sobre todo en estos últimos versículos donde concluye el mensaje con una aplicación práctica. El consuelo de Cristo y la esperanza de Dios no son algo teórico, meros conceptos teológicos; tienen unos efectos inmediatos sobre el creyente: nuevas fuerzas, nos vivifican. Aquí es el Espíritu Santo el que juega un papel preponderante como Pablo nos recuerda: Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Ro. 8:11).

El efecto vivificante del Espíritu alcanzará su máxima expresión con nuestra resurrección; pero ya se manifiesta aquí y ahora fortaleciéndonos en nuestro caminar diario. Es interesante que la renovación de las fuerzas viene descrita en una triple metáfora:

  • Volar: levantarán alas como las águilas
  • Correr: correrán, y no se cansarán
  • Andar: caminarán, y no se fatigarán

No se trata de una experiencia única, sino diversa: hay períodos en los que somos capaces de volar en alturas espirituales; otras veces corremos con firmeza, y hay momentos más difíciles en los que sólo podemos andar, en las tres experiencias hay movimiento. No importa que sólo puedas andar, el peligro está en quedar parado, estancado.

Esta diversidad también se puede referir a diferentes tipos de persona. Nuestra espiritualidad varía según factores de temperamento, aprendizaje, vivencias personales, culturales etc. Hemos de aprender a aceptarnos los unos a los otros pues en el cuerpo de Cristo no todos vuelan ni todos corren, pero todos deben andar.

El apóstol Pablo, en su testamento espiritual a Timoteo, le dice: Esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús (2 Ti. 2:1). El sentido del verbo(2) es “coge fuerzas”, “sé fortalecido”, “hazte fuerte” en la gracia de Cristo. La fuente de nuestras fuerzas no radica en nosotros mismos, nuestra resiliencia o capacidades como pretende el humanismo, sino en Aquel que está dentro de nosotros, Cristo. No es una fortaleza natural, es sobrenatural.

Ciertamente el Evangelio nos da palabras de consuelo y esperanza como nada ni nadie nos puede dar, palabras que renuevan nuestras fuerzas a lo largo del año y cada día de nuestra vida. Son palabras de vida abundante y de vida eterna.

Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra (2 Ts. 2:16-17).

Pablo Martínez Vila
 

Notas al pie

(1) Los llamados “Cánticos del Siervo” son una serie de cuatro poemas en el libro de Isaías (capítulos 42 a 53) que describen proféticamente el carácter y la obra de Jesús con 800 años de antelación. - volver

(2) El verbo está en imperativo de la voz media-pasiva, no en activa. Esto indica que Timoteo no puede darse a sí mismo este poder. - volver

De este artículo están disponibles las siguientes traducciones:
Versión en inglés / English version
Versión en holandés / Nederlandse versie

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Como lecturas complementarias recomendamos:
Proclamando la esperanza de Cristo al mundo (I) por Pablo Martínez Vila.
Proclamando la esperanza de Cristo al mundo (II) por Pablo Martínez Vila.
Proclamando la esperanza de Cristo al mundo (III) por Pablo Martínez Vila.


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