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Getsemaní: Lecciones de Jesús en el jardín de las lágrimas

Se dice que la verdadera estatura de una persona se mide en la hora de la prueba. La manera cómo afrontamos el sufrimiento ciertamente revela las profundidades de nuestra mente y de nuestra alma. Y es en Getsemaní donde vemos a Jesús alcanzar una de las cimas de su vida: sus actitudes, sus reacciones y su oración al Padre constituyen un auténtico modelo para nosotros en la noche oscura de la prueba. Si en el “púlpito de la cruz” Jesús nos dejó “Las Siete Palabras”, en Getsemaní también nos legó un sermón memorable de eterna vigencia.

Aquellas largas horas de agonía nos dejan un cuadro lleno de luces y sombras, emociones de muerte y lecciones de vida. La lucha es feroz y los contrastes son constantes. Estamos ante un evento de gran intensidad emocional y espiritual. La oración fallida de los apóstoles y la oración ferviente de Jesús enmarcan una situación con la que, en un sentido, nos identificamos todos. Hubo un solo Getsemaní en la historia, irrepetible; pero cada creyente pasará en su vida por su “pequeño Getsemaní”, situaciones de prueba, tentación y peligro en las que se libran batallas decisivas para nuestra fe.

1. Emociones de muerte

Mi alma está muy triste, hasta la muerte (Marcos 14:34).

Al considerar cómo afrontó Jesús su muerte atroz nos impresionan, en primer lugar, sus emociones. La noche previa a su martirio fue larga, muy larga. Los hechos que se avecinan le sumen en un estado de profunda angustia. Se iba a hacer de noche también en su alma. ¿Por qué?

No era sólo miedo ante una muerte física y psicológicamente cruel. La oscuridad en aquella noche radicaba en una dimensión más profunda. Se iba a librar un combate espiritual intenso. Se ponía a prueba no sólo su valentía ante un suplicio, sino también la aceptación plena y la sumisión a la voluntad de su Padre. La razón de ser de su vida es lo que estaba en juego. Había llegado la hora decisiva.

Sangre, sudor y lágrimas: la noche oscura del alma

Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:44).

La descripción que Jesús mismo hace de sus sentimientos es profundamente conmovedora: Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad (Mr. 14:33-34).

El texto original (ver también Mateo 26:37-40) nos revela una intensidad emocional creciente desde la ansiedad hasta la tristeza de muerte. En palabras del erudito Edersheim: “Con cada paso que daba, su alma se afligía cada vez más: ‘triste’, ‘muy triste’, ‘triste hasta la muerte’”(1). Esta última palabra parece indicar una soledad extrema, abandono y desolación.

Lucas, desde su conocimiento médico, nos aporta un detalle revelador de lo ominoso del momento: Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. La medicina nos explica que, en un estado de estrés muy intenso, la sangre puede salir de los pequeños vasos, los capilares, y producir micro hemorragias como gotas. El sudor de Jesús mezclado con sangre marca el clímax de aquella noche de gran clamor y lágrimas (Heb. 5:7) y nos revela con una crudeza conmovedora la intensidad de la lucha que estaba sosteniendo.

Una comprensión profunda de estas emociones de muerte no nos puede dejar indiferentes. Nos lleva a llorar y amar a Jesús con gratitud profunda.

2. Lecciones de vida

En aquella noche de dolor, sin embargo, no hubo sólo emociones singulares, hubo también lecciones memorables. Las grandes pruebas conllevan grandes lecciones porque Dios es especialista en transformar nuestras adversidades en oportunidades.

Como apuntamos al principio, en Getsemaní Jesús nos legó un sermón memorable. Al igual que en la Cruz, fue un mensaje de pocas palabras, basado sobre todo en sus actitudes y sus reacciones, en lo que hizo y en lo que evitó hacer. El carácter luminoso de Jesús brilla con fulgor en Getsemaní. ¡Cómo contrasta la oscuridad de aquella noche con la luz radiante de su persona!

Vemos dos lecciones que derivan de dos oraciones: la de los apóstoles, fracasada, y la de Jesús, un modelo de aceptación de la voluntad del Padre.

Una oración fracasada: lección de comprensión

Vino a sus discípulos y los halló durmiendo... (Lucas 22:45).

Jesús necesitaba mucho la oración en aquella larga noche; era arma vital en un contexto de feroz lucha espiritual. Por ello busca el apoyo de tres discípulos queridos, que ya le habían acompañado en otras situaciones especiales, y les ruega: Quedaos aquí, y velad conmigo (Mt. 26:38).

Les pide algo aparentemente sencillo: compañía y oración. Jesús, como hombre, necesitaba sentir la cercanía y el apoyo de seres queridos en la hora de la prueba. Sin embargo, los discípulos, rendidos por el cansancio, se quedan dormidos y no una vez, sino ¡tres veces! (Mt. 26:44-45). Los suyos han vuelto a fallarle; Judas le había entregado horas antes, Pedro iba a negarle pronto y entremedio otra experiencia de frustración y soledad en el momento más necesario y por parte de aquellos en los que más confiaba.

¿Cómo reacciona Jesús? En ningún momento le vemos irritado por la torpeza de los suyos, culpándoles o regañándoles por su repetida incapacidad para velar con él en esta hora crítica. Todos nosotros en circunstancias parecidas nos habríamos dejado llevar por el enojo. Lejos de ello, el Maestro responde con palabras de comprensión y no de reproche: ¿No habéis podido velar conmigo una hora?... El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt. 26:40-41).

¡Qué magistral lección de empatía! El Maestro era consciente de la fatiga de los apóstoles por la intensidad de las horas previas, tan densas y llenas de eventos. Comprende que están agotados emocional y físicamente. Jesús no se fija en su propia necesidad -sentirse apoyado- sino en la debilidad y necesidad de ellos.

En Getsemaní Jesús muestra al mismo tiempo una gran fortaleza (ante la prueba) y una gran comprensión (hacia los apóstoles). Ya conocíamos ambas virtudes por su ministerio. Lo singular aquí es que ambas se manifiesten en momentos de tribulación suprema, a las puertas de una tortura. Ninguna circunstancia, ninguna persona, nada ni nadie fue capaz de alterar su amor y su bondad. Ciertamente, de Cristo se puede decir que fue lento para la ira y grande en misericordia (Sal. 145:8).

Una oración modelo: lección de sumisión

Se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora (Mr. 14:35).

Si de la oración fallida de los apóstoles aprendemos la primera lección, la oración de Jesús nos deja otra lección memorable, un ejemplo de sumisión y aceptación de la voluntad del Padre.

Es una oración modélica por su contenido y por su forma. Descubrimos en ella un eco perfeccionado de nuestras propias luchas espirituales y nos estimula a imitar al Maestro en nuestros “pequeños Getsemaní”. Jesús necesitaba llegar a la aceptación de aquella tortura inminente. Aceptar sin embargo, no es algo automático; la aceptación genuina es un proceso costoso con varios pasos:

  • Lucha. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa (Mr. 14:36). Jesús lucha en oración porque como hombre tiene la misma reacción que cualquiera de nosotros: procura evitar aquel suplicio físico y moral, busca cambiar las cosas. Es la fase legítima y natural de lucha ante cualquier sufrimiento. El apóstol Pablo también rogó intensamente que Dios le quitara el aguijón (2 Co. 12:7-10).
  • Intensidad ferviente. Con gran clamor y lágrimas. El autor de Hebreos nos describe, casi con un realismo crudo, la intensidad emocional de la lucha en oración de Jesús con el Padre: Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente (Heb. 5:7).
  • Disposición plena a la obediencia. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc. 22:42). Es importante observar cómo termina Jesús su oración: pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mt. 26:39). La lucha por cambiar las cosas y la oración ferviente al respecto siempre deben venir enmarcadas por la sumisión a la voluntad de Dios, por misteriosa y oscura que nos parezca al principio.

La sumisión de Cristo a la voluntad del Padre fue total desde el comienzo de su vida en la Tierra. El cántico de Filipenses 2 nos lo describe con estas palabras: ...se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil. 2:8).

Una respuesta necesaria: provisión de nuevas fuerzas

El clamor y las lágrimas de Jesús no quedaron sin respuesta. El Padre vio su dolor y escuchó su clamor. A primera vista nos sorprende la afirmación de que Jesús fue oído a causa de su temor reverente (Heb. 5:7). ¿En qué sentido fue oído? Dios no le libró de la muerte. Cristo tuvo que pasar por el trago amargo de la cruz.

Desde nuestra perspectiva humana, “ser oído” debería implicar una respuesta afirmativa a su petición, es decir, librarle de la cruz. Pero sabemos que esto no fue así. Dios le oyó en el sentido de que envió un ángel del cielo para fortalecerle. En el relato de Lucas se hace muy evidente la relación causa efecto entre la petición de Jesús –Padre, si quieres, pasa de mí esta copa- y la respuesta inmediata del Padre: Se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lc. 22:42-43).

Observemos, además, el momento en que esto ocurre. Según Lucas fue justo antes de sudar gotas de sangre, es decir cuando el sufrimiento era máximo y el combate espiritual feroz, al límite de sus fuerzas, Jesús recibe lo que más necesita, nuevas fuerzas. Gran lección para nosotros: Dios no siempre nos libra de la prueba, pero siempre nos dará los recursos adecuados para afrontarla en el momento adecuado (1 Co. 10:13).

Cristo salió victorioso de la lucha en Getsemaní. Horas después triunfó en la Cruz. Su victoria nos provee de la gracia que salva y que nos fortalece en la debilidad de nuestros “pequeños Getsemaní”. Por tanto acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (Heb. 4:16 NVI).

Oración: Señor, muchas gracias porque aquella noche tan oscura en Getsemaní tú no escondiste tu rostro, sino que lo afirmaste como el pedernal; gracias por tu valentía, tu entrega y tu misericordia, porque lo hiciste por nosotros. Nuestro corazón se inflama de gratitud ante tanto sufrimiento y tanto amor. Gracias por la cruz. Te pedimos, Señor, que nos ayudes a amarte cada día más. Y al mismo tiempo ayúdanos a enfrentar nuestras pruebas como tú lo hiciste. Amén.

Pablo Martínez Vila
 

Notas al pie

(1) Alfred Edersheim, The Life and Times of Jesus the Messiah, Book V, CHAPTER XII. GETHSEMANE: “Increasingly, with every step forward, He became ‘sorrowful’, ‘full of sorrow’, ‘sore amazed’, and ‘desolate’”. - volver

De este artículo están disponibles las siguientes traducciones:
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«Las Siete Palabras en la cruz, el sermón supremo de Jesús» por Pablo Martínez Vila.
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