La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (II)
3. El Espíritu Santo dentro y el “espíritu de la época” fuera
Llegados a este punto debemos responder a una pregunta frecuente: ¿cuál es la diferencia entre el crecimiento personal promovido por las ciencias humanas (psicología, filosofía, sociología) y el cambio espiritual operado por el Espíritu Santo? ¿Acaso no es lo mismo?
Esta cuestión tiene implicaciones importantes porque evidencia los peligros y la tensión que hemos de afrontar en el proceso de transformación. La obra del Espíritu Santo no ocurre en una esfera celestial, sino terrenal; no vivimos en un ambiente de “asepsia moral”, sino de corrupción global; el barro del camino nos mancha a diario porque el mundo nos presiona con sus ídolos e interfiere en nuestra santificación.
Por ello debemos prestar atención brevemente a otro tipo de espíritu, el espíritu de la época. Pablo lo describió como la forma de ser de este siglo (Ro. 12:2). No es casual que en filosofía se le llame “el espíritu del tiempo” (el zeitgeist alemán, “el fantasma de la época”). Su presencia es invisible, pero su influencia es bien perceptible. Se comporta como una fuerza seductora que nos enreda y engaña con sueños de autorrealización y felicidad aquí y ahora.
Mientras el Espíritu Santo obra dentro de nosotros, el espíritu secular (y secularizante) actúa fuera de nosotros. Por ello, discernir el zeitgeist no es un lujo reservado a unos pocos cristianos intelectuales, es un ejercicio necesario en todo creyente a fin de no ser contaminados por el mundo (Stg. 1:27). La transformación a imagen de Cristo requiere ojos bien abiertos –estad alerta y velad - ante los ídolos, la forma de ser de este siglo .
Uno de estos ídolos es precisamente cierto crecimiento personal. Los manuales de autoayuda, tan populares hoy, giran alrededor de un ideal de cambio que es muy atractivo, en especial entre gente joven. Su lema viene a ser “desarrolla tu potencial al máximo y alcanza lo mejor de ti mismo ahora”, “crece y cambia tu vida”.
El cambio divino es radicalmente diferente del que ofrecen estas cosmovisiones seculares. Se diferencian en su punto de partida y en su objetivo. El cambio predicado por el mundo es un espejo de sus valores e ídolos. Su punto de partida está en el ego y gira en torno a “mis derechos”; es un enfoque egoísta. Podríamos resumirlo en tres afirmaciones cada una de las cuales refleja un ídolo:
- Mi derecho a ser yo mismo: el individualismo
- Mi derecho a ser feliz: el hedonismo
- Mi derecho a decidir en todo: la autonomía absoluta
La transformación del Espíritu Santo va justo en la línea contraria. Su punto de partida no son mis derechos, sino mis necesidades; gira en torno a Cristo, no en torno a mí mismo; su objetivo no es sentirse cada día más feliz, sino ser cada vez más como Cristo.
Estas diferencias nos proporcionan un buen “test de evaluación”. Si el Espíritu Santo está haciendo su obra en mí, voy a anhelar menos cada día mi auto realización personal, el ser señor de mi vida, hacerme un nombre o ser autosuficiente; por el contrario, voy a buscar más y más imitar a Jesús, servir al Rey Siervo y dar gloria al Dios en cuyas manos está mi vida.
Y a medida que avance en este camino descubriré la verdadera felicidad, una profunda realización personal y una paz que ninguna cosmovisión humana puede proporcionar. En una palabra, experimentaré que el Espíritu Santo dentro de mí es mucho más deseable que el espíritu de la época que me rodea.
(Ponencia presentada en la Conferencia de la Federación Europea de Teólogos Evangélicos (FEET), agosto de 2020.)
4. Límites y frustraciones en la transformación
Hasta aquí hemos considerado aspectos muy alentadores de la obra del Espíritu Santo, pero alguien puede objetar con razón que el cambio no siempre es posible, por lo menos en ciertas áreas. Por ello nuestra última pregunta es ¿hasta dónde?, ¿hay límites en esta transformación?
Podemos resumir la respuesta recordando el realismo del apóstol Pablo: Tenemos este tesoro en vasos de barro (2 Co. 4:7). Sí, somos cambiados y moldeados, pero seguiremos siendo vasos de barro hasta que no se escriba el punto final de nuestra transformación, aquel día cuando seremos glorificados juntamente con Cristo en el cielo.
Mientras no llega este momento necesitamos un equilibrio entre el idealismo y el realismo. La vida de fe es una tensión constante entre dos estados: el “ya... pero todavía no”; ya no somos lo que éramos, pero tampoco somos lo que Dios y nosotros mismos anhelamos ser. La santificación no está libre de esta tensión perceptible en todos los ámbitos de la vida de fe. El Reino de Dios aquí en la Tierra ya está presente pero no es completo, es celestial pero todavía no es el Cielo.
Por tanto, debemos tener cuidado con las expectativas poco realistas o los enfoques súper-espirituales de la fe. Ciertamente hay mucho triunfo en nuestra transformación, pero no hay lugar para el triunfalismo. Sí, somos, nuevas criaturas, pero seguimos siendo “vasijas de barro”.
En aquellas áreas donde el cambio todavía no es posible, Dios continúa su trabajo de otras maneras ¡El Espíritu Santo no dimite! No hay barreras para Su poder y usa otras herramientas con el mismo propósito, que Cristo sea formado en nosotros. Lo hace de tres maneras:
- Controla
- Moldea
- Proporciona la gracia para aceptar
Veámoslo en dos ejemplos: nuestro temperamento y nuestra vida pasada.
Nuestro temperamento: El Espíritu Santo controla y pule
El temperamento es la parte más genética del carácter, siendo influida principalmente por factores hereditarios. Nacemos con un temperamento determinado. El temperamento no puede ser cambiado, pero puede ser moldeado y controlado por el Espíritu Santo. No podemos esperar un cambio drástico en la composición genética de nuestra persona, pero sí podemos esperar que las aristas sean eliminadas a fin de no caer en pecado.
Cada temperamento tiene sus aspectos positivos y sus puntos débiles. Jesús no cambió el temperamento de sus discípulos después de Pentecostés. Pedro, por ejemplo, siguió siendo una persona extrovertida, espontánea e impulsiva (¡incluso explosiva a veces!); el Espíritu Santo no alteró su temperamento básico, pero sí lo pulió y lo moldeó. ¡Pedro no cortó más orejas después de Pentecostés!
Nos alienta saber que el Señor nos usa con y a través de nuestro temperamento como es evidente en la vida de muchos de sus siervos. El nuevo nacimiento no cambia el temperamento, pero la gracia nos ayuda a vivir con él, aceptarlo y pulirlo.
Nuestro pasado: El Espíritu Santo nos da la gracia para aceptar
No podemos retroceder en la vida, no podemos cambiar nuestro pasado. Esta realidad, sin embargo, no debería paralizarnos ni ser una fuente de desánimo. Algunas personas invierten mucha energía espiritual y emocional buscando maneras de olvidar errores o pecados pasados. En vez de luchar contra el pasado, es mucho mejor descubrir cómo Dios cumple su propósito en tu vida (Sal. 138:8) por muy pesado que sea el equipaje del pasado.
El Espíritu Santo nos da nuevos ojos que nos permiten una mirada nueva a las “cosas viejas”. Ya no vemos el pasado como un enemigo, sino como un aliado. Un aliado es alguien con quien trabajas, independientemente de que te guste o no, para lograr un propósito concreto. Esto es parte de la “novedad de vida” antes mencionada. El divino Transformador alivia la carga de un pasado doloroso de tres maneras: aligera su peso, ilumina su oscuridad y quita su aguijón.
Así lo vemos en la vida de los patriarcas y de muchos héroes de la fe. El apóstol Pablo o Mateo son dos ejemplos notables de un pasado equivocado con una trayectoria de vida y un balance final excelentes.
Otro ejemplo destacado es el patriarca José. Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó para bien (Gn. 50:20), les dijo a sus hermanos. Los dolorosos acontecimientos vitales de José fueron la materia prima que Dios usó para elaborar una historia con propósito. A nosotros algunas experiencias vividas nos pueden parecer “basura”, pero a ojos de Dios no lo son. Para Dios no hay material de desecho en la vida de sus hijos porque Él es capaz de reciclarlo todo. Dios es el gran especialista en reciclar nuestras experiencias de basura y convertirlas en eventos fructíferos. De hecho, esto es una parte integral del asombroso trabajo del Espíritu Santo en nosotros.
Ahí radica el secreto de la verdadera aceptación, en la convicción de que Dios nos usa no sólo a pesar de nuestro pasado sino a través de él. Y se llega a esta convicción por una experiencia espiritual por cuanto no es un proceso natural sino sobrenatural. El Espíritu Santo nos da la gracia necesaria para aceptar y experimentar que el plan de Dios es restaurar y no quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo que humea (Is. 42:3).
A modo de conclusión, una ilustración nos recuerda las implicaciones pastorales del tema. Imagina que mientras conduces llegas a un cartel que te avisa: “Obras en la carretera. Precaución. Tenga paciencia”. Esta es exactamente nuestra situación como creyentes aquí en la tierra: estamos en el tramo de “obras” de nuestra vida. Ten paciencia con los demás. Conduce con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef. 4:2-3).
Y ten paciencia contigo mismo. Recuerda que el gran Transformador es también el gran Intercesor: el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Ro. 8:26-27).
La señal de “obras” terminará el día de nuestra glorificación con Cristo en el Cielo. Entonces la obra transformadora del Espíritu Santo habrá llegado a su fin porque seremos como Él es.
¡Qué inmenso privilegio y qué esperanza saber que Aquel que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6).
(Ponencia presentada en la Conferencia de la Federación Europea de Teólogos Evangélicos (FEET), agosto de 2020.)
Pablo Martínez Vila
De este artículo están disponibles las siguientes traducciones:
Versión en inglés / English version
Como lectura complementaria recomendamos: La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I) por Pablo Martínez Vila. Espíritu Santo, ¿creyentes santos? por José M. Martínez.
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